Ellos son seres dedicados al acoso de potenciales clientes ni bien cruzan la puerta del local donde trabajan. Su tarea (para nada grata) es tratar que quien entra al negocio a probarse, ver o comprar una ‘pilcha’ se lleve la mayor cantidad posible de prendas.
Lo siento si uno de esos exponentes está leyendo estas líneas, pero debo confesar que hasta hoy no hubo una sola persona que me haya agradado mientras intentaba venderme una remera, pantalón o zapatillas.
Ni bien entrás al local te atosigan:
VENDEDOR_ ¿Te puedo ayudar en algo?
POTENCIAL COMPRADOR_ (Con risa fingida) Dejame ver, y cualquier cosa te pregunto…
VENDEDOR_ (Insistiendo) Tenemos unos jeans que entraron esta semana, muy buenos, y con 30 por ciento de descuento…
POTENCIAL COMPRADOR_ (Ya algo serio) Dejame ver, y cualquier cosa te pregunto…
VENDEDOR_ (Se aparta un poco) Bueno, me quedo por acá por si me necesitas…
A ese inevitable momento le sigue la persecución del mismo chico/a que te recibió, por todo el negocio, rincón por rincón a donde vayas a chusmear algo que te guste. La verdad, eso es algo que incentiva poco como para quedarte a ver tranquilo si encontrás algo copado.
Pero ayer hubo una excepción, señores. Si! Si! Si! Entré a un local de ropa de marca conocida, preparado para vivir todo lo contado anteriormente. Pero no fue así.
Por empezar, era un negocio grande, a la entrada no había ningún vendedor acosador que te recibía con su sonrisa mejor fingida, y mejor aún, había cantidad de ropa como para todo gusto.
Ni bien entré a elegir, y como me pasa casi siempre, no veía el talle de la remera que me gustaba. Lo mismo pasaba con los pantalones (tengo un problema, nunca me gustaron los jeans así que la variedad se me achica un toque). En ese instante fui yo quien llamó a esa figura que había denostado cinco negocios atrás: el Bendito Vendedor.
Resulta que Lucas (así se llamaba) era una loca divina, educada, ubicada y proponía con toda su paciencia la cantidad de modelos, colores y talles de las prendas. Y contaba con una gran virtud como vendedor: a medida que te ofrecía iba descubriendo el estilo del cliente, que en este caso era yo. El resultado fue estar como cuarenta minutos dentro del local, la mayor parte del tiempo descalzo, casi en bolas probándome una cosa y otra. Sincermanente, nunca había estado tanto tiempo seguido en un negocio.
Yo entiendo que para esos laburantes que están horas y horas ahí dentro, atendiendo personas con todo tipo de carácter y mambos, sea una casi tortura. Juro que los entiendo. Pero deben saber que muchas veces son muy molestos.
Desde acá los reivindico pero, déjenme decirles, voy a seguir yendo al mismo lugar que ayer pisé por primera vez. Al menos, mientras haya alguien copado y bien predispuesto como Lucas para atender a este cliente ‘hincha pelotas’.
2 comentarios:
Hola Germán!! sos tan transparente como siempre...!!!
Te mando un Beso enoooorme. Te quiero mucho! Lo sabés! S.Maruccio
Yo no creo en la cortesía de los vendedores. Bajo ningún punto de vista; y aunque la exija a los que no la tienen, mirando mal a la vendedora que osa atenderme sin sonreírme como en una publicidad de dentífrico, sé que si pretende agradarme, eso es solo con algún oscuro fin que ignoro pero que seguramente estará relacionado con su sueldo, con su tiempo, o en este caso, con su corazón: Debo decir, Caballero, que conociendo los datos dados sobre el vendedor, supongo que el motivo de mantenerte 40 minutos en bolas probándote una cosa y la otra no fue más que ese mismo: mantenerte 40 minutos en bolas. Creo que aquí el vendedor fue turbado por su belleza innata, compañero guionista, y logró engañarlo dándole una imagen de buen profesional cuando en realidad solo quería llevárselo al vestidor de su propia habitación. Triste pero cierto…. jaja
Hernan
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