Nada es casualidad.
Ayer me detuve a observar un atardecer hermoso, con un sol que se ponía en el horizonte haciendo alarde de un color rojizo intenso. Una maravilla.
A la noche, viajé por varios minutos observando la luna preciosa, imponente en el cielo que parecía preparado para contenerla en todo su esplendor. Algo sublime.
La melancolía me invadió intensamente. No era tristeza.
Luego, recibo la noticia del fallecimiento de un ex profesor. Pero no de cualquiera. Ayer partió un ser de quien aprendí muchísimo cuando estudiaba locución. De hecho, hasta hoy sigue forjando mi profesión por sus consejos dados y experiencia transmitida a través de la enseñanza.
Guillermo Lázzaro hacía eso, se brindaba de lleno a volcar a sus alumnos todos los años que tenía de ejercer el oficio. Algo imprescindible para una carrera tan práctica como la nuestra.
Sé que no solo yo me entristezco con su partida. Cientos de colegas le estarán dedicando varios minutos de sus pensamientos.
Eso es lo que deja, más que un buen profesor, una gran persona que en el paso por la vida siempre brindó lo mejor de si.
Por algo mi vista tendía a irse hasta el cielo. Él ya está enseñando por aquellos lares...
Guillermo, gracias por todo!!!
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